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viernes, 29 de enero de 2010

DESPEDIDA A UNA VIDA

 

Cindy, una guerrera de 21 años afronta la batalla más dura de su vida. Casi siempre se le veía sola, apartada del mundo que la rodeaba, y en esta ocasión realmente parecía de otro mundo. Tiene un píe en el más allá, y el otro atado en la tierra a sus sueños, a sus ilusiones, a sus seres queridos, a su vida. Todavía tiene muchas cosas pendientes por las que quiere luchar. Pero hoy sus pulmones no le permiten respirar por sí sola,  funcionan gracias a un ventilador artificial. Parece que su esencia hubiera desaparecido, por más que la miro no la puedo reconocer.

Ahí está, como petrificada, y en mi mente solo aparece el recuerdo de la última vez que compartimos juntas, ella siempre en medio de sus dilemas, y aún así con una sonrisa. Los aparatos que están conectados a su cuerpo, me comunican que su corazón palpita y aún hay oportunidad. Parece mentira, pero está irreconocible, no queda rastro de la niña, de la adolescente, de la mujer. La veo pero siento que no la veo.  Su cuerpo está agotado, cansado, maltratado.  Su alma también tiene muchas heridas, pero Cindy sigue luchando.

La primera vez que la vi me pareció una niña muy extraña. Su mirada era camaleónica, habitaba en sus ojos cierta tristeza y dolor, pero cuando la escuchabas reír a carcajadas también había lugar para la esperanza y la alegría. Ella cambiaba con el paso de los días. De repente no quería pronunciar palabra, solo podía hablar con ella misma. No miraba a los ojos a nadie, eran solo sus problemas. Su silencio me decía que algo le sucedía, pero ella prefería callar los secretos de su vida. No creí posible que un día me viera como una amiga, y sin embargo me confió algunos de sus misterios.

Aparentaba ser ruda e indeleble, fuerte, como una niña de hierro que celosa comparte sus lágrimas solo con su muñeca de trapo. Siempre delgada, de huesos largos, pelo castaño, ojos marrones, labios delineados, boca pequeña, espalda ancha y una forma de andar ligeramente varonil. Su piel tenía huellas de una extraña enfermedad que durante casi toda su vida estuvo oculta en su cuerpo. ¿Cómo saberlo? Muy temprano tuvo que cambiar la golosa por un trabajo para ayudar en su casa. Vivía con su papá y su hermano. Sus padres se habían separado. El dinero apenas alcanzaba para lo necesario, y el seguro médico que tenía no era eficiente.

-¿Qué pasó contigo amiga? Te ves tan diferente.

No pude contener las lágrimas, de inmediato sentí ese nudo en la garganta y  el corazón se me aceleró. No me atreví ni a tocarla.

-Disculpa por no haberte llamado, por no haber aparecido antes… yo… estuve ocupada. Nunca imaginé encontrarte así. 

Sabía que me estaba escuchando a pesar de su estado. Seguía mirándola desde lejos. Quise acercarme pero las piernas me flaquearon. Lo intenté una vez más y camine unos pasos. Me puse a su lado, le tomé la mano. Solo quería que me sintiera, que se despertara de esa pesadilla, y se levantara de la cama. Que me contará que había pasado durante esos dos años que no nos vimos, y que volviéramos a reír juntas.

-Vamos amiga. Siempre fuiste tan valiente, tan fuerte. No puedes desistir ahora. Vas a superar esta situación y vamos a celebrar un gol mientras jugamos un partido de futbol, vamos de nuevo a bailar juntas.

No había respuesta. Estaba acostumbrada a su silencio, pero estoy segura que esta vez tenía mucho por decir. Irónicamente en esta oportunidad no podía. Cindy llevaba dos meses en el hospital después de que le diagnosticaron Lupus Eritematoso Sistémico. De diez personas con esta enfermedad, nueve son mujeres, incluyendo a mi amiga. Un mal que no tiene cura y que de a poco va dañando todos los órganos del cuerpo.

-Necesitas reponerte… afuera está Valentina esperándote. Cada vez se parece más a ti, tienen la misma mirada. Ella te necesita. ¡Y tú estas tan joven! Tenemos mucho por hacer, por conocer, por experimentar, por vivir, vamos a seguir “sollándonos” la vida. Todavía hay tiempo.

Estaba triste y desconcertada. No era posible que estuviera pasando algo así. ¿A dónde se había ido la vida? ¿Por qué cuando estas al borde de la muerte empiezas a  valorar un beso, un abrazo, una mirada, una palabra, una caricia, un momento, una flor? Somos afortunados en tener esas cosas todos los días. O entonces será mejor ser conscientes de que siempre estamos al borde de la muerte para vivir con más intensidad.

-Ya me tengo que ir amiga. Tu mamá necesita entrar a verte. Nuevamente siento mucho no haber venido antes. En verdad lo siento. También te quiero con todo mi corazón. Sé que eres una guerrera y eso lo voy a recordar por siempre.

Mientras leo sus cartas, me doy cuenta de que en el fondo ella lo sabía: “Si alguna vez por cosas de la vida llego a faltar, no se olviden de esta loquita”. Con el pasar del tiempo algunas palabras cobran su valor real. Como ella lo presentía hoy la loquita no está presente por cosas de la vida y de la muerte.  Su esencia se esfumo y su cuerpo desapareció. Se nos acabó el tiempo juntas.

-Adiós Cindy. Estarás en mi recuerdo y en mi corazón toda mi vida. Fue efímero tu paso, pero hoy es inmensamente significativo tu recuerdo.

Por: Ibeth Borbón

martes, 5 de enero de 2010

SE ABRE UNA VENTANA

Una noche bogotana, mientras regresaba a mi casa en el bus, me detuve a hablar con un chico desconocido que me llamó la atención. Él llevaba en el pecho, sobre su corazón, lo que podría ser un prendedor. Era una tecla "windows"... sí... la misma que ahora puedes ver en el teclado de tu computador, que abre y cierra cientos de ventanas mientras pones tus dedos encima de ella.

Después de sentir una sensación nerviosa en mi estómago, me atreví a iniciar una conversación. Esa noche, a parte de conocer su nombre, de contarme que le gustaba la música, y de felicitarlo porque estaba de cumpleaños, él me dio un mensaje muy valioso. Un mensaje que nació en la mente de alguien que aún desconozco, pero que hoy quiero compartir con ustedes.

Mientras acercaba mi dedo a su pecho le dije:
-¿Qué pasa si oprimo esa tecla?
Y él me respondió:
-¿Sabías que cada persona es como una ventana?... si oprimes la tecla vas a abrir mi ventana.

Esa noche cuando entré a mi habitación pensé en sus palabras, y les di toda la razón y el corazón. Me asomé a la ventana y pude ver el cielo, las estrellas, la luna, los arboles, una casa, y otra casa, y otra más, y en ellas observé muchas... muchisimas ventanas. En adelante cuando me detengo a ver por la misma ventana, me doy cuenta de que muchas cosas permanecen en el mismo lugar, veo algo de lo mismo, pero siempre me cuido de fijarme en los detalles para encontrar algo diferente. Con fortuna siempre percibo y siento cosas fuera de lo normal.

Por: Ibeth Borbón