Duerme sola y tiene miedo de levantarse de su cama. Presiente que algo malo está por suceder. Se toca la frente y está bañada en sudor. Se toca las mejillas y parece que fueran a arder en fuego. Su cabeza está a punto de estallar, no soporta más el dolor. Se pone las sábanas encima de la cabeza y cierra sus ojos, pues no quiere volver al mundo real, ese de todos sus días, ese que le toca vivir y que tanto odia. Dura así un par de minutos, tiene un rosario en sus manos y lo aprieta con tal fuerza que nadie se lo podría arrancar. Abre los ojos nuevamente, se escabulle de entre las sábanas y asoma la mirada por encima. Alguien se acerca a la puerta, los pasos se sienten venir uno tras otro, y cada vez están más cerca. Por fin se detienen. De inmediato vuelve a esconder su cabeza, aprieta sus ojos y deja marcada la cruz del rosario en sus dedos. Hace frio en el lugar, está todo oscuro y solo se ve la luz que pasa por debajo de la puerta. Una sombra ahora está justo ahí.
-Abre la puerta Grace. Le ordena una voz gruesa y turbia.
Al otro lado de la pared, una habitación lujosa y extravagante. Cientos de vestidos llenan el placard, hay montañas de zapatos de colores, con todas las clases y tamaños posibles de tacón. El rosa y el rojo atiborran cada milímetro de aquel espacio. Joyas doradas y costosas se exhiben sobre la mesa. Diamantes, esmeraldas, rubíes, perlas. Un espejo gigante ocupa la mitad de una pared, y en él aparece el reflejo de Diana. Ahí está postrada en su cama, con vendas que le cubren casi todo el cuerpo. Apenas si se puede reconocer su mirada vacía. Se queja constantemente, trata de moverse pero se le hace un castigo. El dolor la está consumiendo. Lleva apenas dos días así y está desesperada, en el fondo sabe que quisiera desprenderse de su estuche y dejar en libertad de cualquier dolor su alma. Pero no puede. Prefiere asumir el papel de valiente y soportar. Tocan a la puerta.
-Señorita Diana, traigo su medicina, ¿puedo pasar?
Grace continúa despavorida. Sabe que se acerca el momento. No se permite mirar. Está a punto de orinarse en su pijama. Aprieta con más fuerza sus ojos. Comienza a rezar el padrenuestro, y justo cuando pronuncia la sexta frase… siente que una fuerza descomunal la saca arrastrando de entre las sábanas. Cae al piso y se escuchan sus huesos pegar contra la baldosa. Luego es tirada del pelo por toda la habitación. Ella no se permite mirar. Su cuerpo maltratado se detiene de un golpe contra la pared. Luego siente una, dos, tres, cuatro bofetadas en su cara. Una patada en su seno izquierdo. Un dolor intenso que le parte el alma. Un montón de lágrimas por dentro que le inundan el corazón. Por fin abre sus ojos verdes, están llenos de agua. Intenta ponerse en píe, pero no es capaz, no tiene fuerzas para soportar su propio peso. Sin esperarlo un escupitajo llega a su cara. Está derrotada, la poca fuerza que le quedaba se vino completamente abajo.
Han pasado un par de semanas, Diana se siente mejor, su cuerpo ha evolucionado favorablemente y le han retirado las vendas. Se levanta de la cama y en seguida se mira al espejo. Muchas cosas han cambiado, no es la misma mujer de hace unos días. Sus tetas están más grandes, su cintura ha disminuido a la mitad, su abdomen está marcado, sus nalgas se ven paradas y muy redondas, su nariz está más estilizada, y sus pómulos han aumentado. Todavía tiene algunos moretones en su cuerpo, las cicatrices no han sanado por completo, pero ella está feliz con su nueva fachada. Se maquilla con cuidado para disimular las marcas que aún tiene en su rostro. Un poco de base facial, polvo, rubort, rímel, labial rojo intenso y ahora su rostro es otro. Diana no cabe de la felicidad en su empaque nuevo. No cansa de mirarse. Definitivamente es otra por fuera.
Grace también decide cubrir sus marcas, esas secuelas que aún tiene en su cuerpo. Se vuelve valiente y toma su maquillaje e intenta recomponer su rostro. Tampoco es la misma mujer de hace un tiempo, no reconoce lo que está viendo. Unas cuantas lágrimas resbalan y le dejan entrever la tristeza que siente por dentro. Se limpia con cuidado para no dañar su esfuerzo y continúa con su tarea. Por más que trata no puede esconder lo que le hicieron. Se siente frustrada, impotente, vacía. Aprieta fuerte su puño y le da un golpe al espejo. Cree que no vale nada. Recobra el aliento, se pone unos lentes oscuros y toma su cartera. Cuidadosamente con su mano se limpia su última lágrima, y sale de su apartamento.
-Hola Grace. Saluda Diana quién también se dispone a salir del edificio.
-Hola Diana. Responde Grace, y la mira tímidamente de reojo.
-Hace muchos días que no te veía. ¿Ya te fijaste qué tengo de nuevo?
Grace tiene la mirada en el piso, no se atreve a alzar la frente y solo titubea.
-¿Compraste un vestido?
-Claro que compré un vestido. Pero fíjate bien, ¿Qué más ves?
-Traes el pelo más largo.
-No Grace, mira mi cuerpo, me veo bellísima. Me siento una mujer nueva. Le dice, mientras se pierde admirando la silueta de su cuerpo en el reflejo de los lentes de su vecina.
Del otro lado de esos cristales, se encuentra la mujer humillada, destruida y odiada a sí misma. Solo puede responder:
- Te felicito Diana. Ahora tengo que irme.
Grace sale caminando rápidamente sin rumbo alguno, da la vuelta en la esquina, y Diana sin decir más la pierde de vista. Aparentemente el dolor que sentía en su cuerpo hace unas semanas ya no la acompaña, ya no quiere botar su coraza estropeada a la basura, ya no se quiere liberar del material que envuelve su alma. Diana ahora se encuentra perdida en la anhelada belleza de su careta de mujer adorada. Y Grace, en otra calle cualquiera se encuentra ahogada en la profunda agonía de esa careta de mujer casada.
Por: Ibeth Borbón