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lunes, 1 de marzo de 2010

CLAVE DE SOL

 

Por: Ibeth Borbón
 
Sabe que será famosa, y muere por salir de ese lugar donde ha pasado casi toda su vida. Apenas alcanza a ver a la gente que viene y va de prisa a través del vidrio. Algunos son cuidadosos y se detienen de vez en cuando a observarla, pero ella sabe que en seguida continuaran  con sus pasos largos. Como de costumbre las luces se han apagado, un tímido calor abriga cada rincón del pueblo, el sonido de las palmeras ambienta la noche, la luna se refleja inmensa en la ventana, redonda y casi amarilla, como un queso exquisito. Un ratón con alas no vacila en acercarse y darle un mordisco, la saborea con placer, sabe que tiene suerte de probar la anhelada luna. Y mientras tanto desde abajo, ella continúa mirando hacia afuera, observa el cielo y quiere ser libre.

En la oscuridad de su hogar sigue pensando cómo será el mundo en el exterior. Siempre había vivido tranquila en aquel lugar junto a sus amigas, pero la curiosidad se despertó desde el día en que se cruzó con la mirada de aquel joven de pelo desordenado y sonrisa grande. Los ojos del chico se concentraron tan intensamente en ella y con tal admiración, que sin cruzar ninguna palabra, hubo una conexión inexplicable. Los astros se confabularon a su favor y la magia invadió sus cuerpos. Desde entonces él va todos los días a verla de lejos, se fija en su brillo, en sus curvas, en sus delgadas líneas, y en seguida siente una ola de calor que le atraviesa cada fibra de sus músculos y recorre hueso por hueso su esqueleto.

Una medianoche cualquiera, en la mitad de una playa poco transitada, el chico resulta acostado en la arena junto a la orilla del mar. La cabeza le da vueltas y la sensación que tiene le produce emociones indescriptibles. Sus sentidos se encuentran alerta, y en la profundidad del cielo misterioso, alcanza a distinguir una estrella tras otra, la constelación de Aries. Es el inicio de la primavera, el renacimiento de la naturaleza. Mientras continúa con sus ojos camaleónicos en el firmamento, se distrae con el goloso ratón volador que hace piruetas en el cielo, y se lleva un gran susto cuando una ola del mar lo alcanza con el agua helada que lo trae de regreso a la tierra. Cuando vuelve del trance, solo escucha lindas melodías en su cabeza y de nuevo se concentra en aquella que le roba el aliento. Sabe que un día será suya.

Está hecha de un cuerpo con formas perfectamente definidas, a base de aliso, una madera blanda y ligera con grandes cualidades de alta resonancia, cuerdas de metal ubicadas en sentido contrario a los trastes, que se encuentran milimétricamente posicionados, pickups que convierten las vibraciones de las cuerdas en señales eléctricas, y un mástil solido y fuerte, el alma viva de aquella hermosa guitarra Fender Electrocaster, bautizada así por su padre, el californiano Leonidas Fender.

Su producción fue normal, en serie al igual que sus hermanas. Pero siempre supo que tenía algo especial que la haría diferente a las demás. Algún día quiere sonar como la guitarra de George Harrison, de Bob Marley, o de Jimi Hendrix.  Es bastante ambiciosa en su cometido, pero confía en su sueño y en su destino. Unos días después de haber nacido, fue trasladada de la fábrica a su hogar actual, una tienda de instrumentos musicales muy reconocida en un pueblo de la costa oeste de Estados Unidos. Parece que no tiene suerte, lleva más de diez años en ese lugar. Casi todas las guitarras con las que llegó se han ido, y ella sigue detrás de la vitrina. Pero es caprichosa y no quiere cualquier dueño. Sabe que su alma le pertenece a una sola persona, y espera pacientemente al chico que la observa en la distancia casi todos los días. Sabe que él debe ir por ella.

El sol ya está de regreso, el ratón satisfecho con su festín nocturno, se quita sus alas y decide tomar una siesta sobre las nubes mientras lo arrulla el viento. En la tierra, el dueño de la tienda no alcanza a dar la vuelta al letrero indicando que ya hay servicio, cuando aparece un chico con la respiración agitada y el pelo más desordenado que nunca. Golpea a la puerta insistentemente y ésta se abre. Apenas alcanza a poner un píe dentro cuando dice:

-Quiero esa guitarra -y señala hacia la vitrina.
-¿La Fender Electrocaster?
-Sí, esa. ¿Pero… puedo probarla antes?
-Por supuesto -responde el dueño, mientras toma otra Electrocaster que tiene al lado suyo.
-¡No! -grita el chico. Quiero esa, la que está en la vitrina.
El hombre algo confundido con la situación, obedece y retira la guitarra de la vitrina, la conecta al amplificador y en seguida ésta se encuentra en manos del emocionado muchacho.

Apenas la siente junto a él, su corazón empieza a latir como nunca, ella por su parte, se siente nerviosa, pero más viva que nunca. Él la acaricia cuidadosamente, y la observa con la misma mirada que le dio la primera vez que la vio. La acomoda cerca a su cuerpo, la enciende, y ella se siente feliz por primera vez. Acerca sus dedos a las cuerdas y los desliza sobre ellas sigilosamente. Ella quiere temblar pero se aguanta la corriente eléctrica que recorre por todo su cuerpo. Y de repente, el dedo pulgar del chico toca la primera cuerda, la segunda y la tercera, y el sonido hermoso de aquella guitarra retumba singularmente por el espacio de la tienda. Ella por fin siente con intensidad esos dedos mágicos que tanto espero. Él por fin tiene en sus manos a aquella que le quitaba el sueño, y empieza a hacer realidad cada acorde que le retumba en la cabeza, uno tras otro transita el sonido por el viento.

La clave de esta melodía de la vida, era la llegada del sol de aquella mañana. Y así, bajo el sol, en la arena, y acompañados por el sonido del mar y del viento, se escucha libre y feliz el alma de una guitarra y su amigo inseparable. La armonía, la melodía y el ritmo, se conjugan con los sueños y los sentimientos de los protagonistas de esta historia. El destino sigue su curso, el complemento se ha reunido, la magia de sus dedos con el incomparable sonido de sus cuerdas. Las melodías más raras y novedosas, que hacen parte de las canciones más locas y divertidas, de las más tristes y sentimentales.

Entonces el ratón se despierta con la música maravillosa, se pone las alas y desciende a la playa. El chico se sienta a contemplar el maravilloso paisaje que tiene enfrente, acomoda la guitarra a su lado, los ojos le brillan y no puede más que sonreír. El ratón aterriza junto a ellos, saluda moviendo su pequeña mano, siente la buena energía del momento y sin dudarlo decide regalarles un pedazo de luna.