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miércoles, 5 de mayo de 2010

ARCOÍRIS DE COLOR ROSA

Por: Ibeth Borbón

Se aburrió de escribir con tinta roja y negra sobre las hojas cuadriculadas, le parecía uniforme y ridículo, y desde entonces no le importó el color de sus palabras. Escarbaba en los cajones y ponía el  primer lapicero que encontraba en su mochila, pero siempre perdía en cualquier parte. Empezó a pedir lapiceros prestados para poder escribir y fue así como fue acumulando palabras. Una tarde cuando caminaba hacia el bar con la cabeza gacha para contar sus pasos, vio un lapicero de color rosa en el piso. Lo levanto del suelo y en seguida pintó una flor en su mano para comprobar que tuviera tinta, luego buscó una banca, abrió su cuaderno y se sentó a escribir. Pasaron uno, dos, tres, cuatro meses, y el lapicero rosa todavía no corría la suerte de los demás, ella aún lo conservaba en su mochila.

Una mañana mientras comía golosinas, se detuvo en el centro de una ciudad y abrió su cuaderno. Sus ojos marrones crecieron en segundos y su boca formó un cero perfecto. No entendía por qué, pero en frente suyo tenía una figura propia de una naturaleza perfecta. Perpleja contempló aquel espectáculo nunca antes visto en la tierra, incluso se le pasó por la cabeza que aquello sólo era posible en algún planeta que los científicos de la NASA no han podido descubrir. El tiempo no importó, ella no podía más que contemplarlo.

En sus ojos se reflejaban varias figuras, veía cuarenta y cuatro por cuarenta y cinco más ocho colores, y una cifra de significados, aproximada al número de hojas que tienen los arboles en el mundo. Al principio le pareció extraño, no sabía qué era exactamente, ni que nombre ponerle, así que sacó del bolsillo de su falda unas gafas de plástico que había conseguido en una piñata cuando era niña, se las puso y por fin pudo detallarlo. Aunque no reconocía con precisión qué era lo que estaba viendo, su corazón si lo sabía, y ella sencillamente decidió creer en lo que su corazón le mostró. Entonces pudo ver con claridad que aquel cuaderno lleno de palabras de tinta rosa, realmente era un anhelado arcoíris de color rosa.

Cuando logró comprender agarró fuerte su cuaderno, y sin quitarse las gafas salió a correr por la avenida, entre los altos edificios de ladrillo que dejaban entrever un cielo azul cielo. Era tan perfecto, tan hermoso, tan maravilloso lo que había visto, que quiso compartirlo con otras personas para que ellos experimentaran la misma sensación que la recorría de los píes a la cabeza. Antes de continuar con su afán, entró a una tienda deportiva, compró unos patines de goma, una botella con agua, algunos chocolates, acomodó todo en su mochila, y emprendió un viaje que la llevaría a recorrer el mundo.

Comenzó su viaje por el agua helada del Pacífico, encontró junto a la playa una tabla de surf, y sin quitarse los patines, surfeo hacia el norte del Sur de América. Entonces se encontró con un lugar lleno de montañas y ruinas indígenas, y allí vio a su amiga La Miedosa, y a su amiga La Cobarde, les puso las gafas, les mostró el cuaderno, pero ellas sólo vieron el cuaderno con letras de color amarillo.
Salió rápido de allí, encontró un cóndor, conversó una hora con él sobre el canto de las aves, y luego lo convenció para que le prestara sus alas. Las coció a su chaqueta y sin quitarse los patines, voló hacia el centro de América, a un lugar donde todos tenían sombreros grandes y una copa en la mano. Ahí, se tropezó con su amiga La Incrédula, y su amiga la Envidiosa, les puso las gafas, les mostró el cuaderno, y ellas sólo vieron el cuaderno con letras rojas.

No era posible, ya había visitado muchos lugares y nadie había logrado ver el arcoíris de color rosa. Aunque estaba cansada, no perdió la esperanza. Sin quitarse los patines subió a un avión, y al bajar estaba nuevamente en una avenida, entre los altos edificios de ladrillo que dejaban entrever un cielo negro cielo, en medio de un circuito de luces de colores que inundaban ese artificial espacio sideral. Patinó por el andén mientras sus ojos se cruzaban con rostros de todo tipo. Se detuvo a comer una hamburguesa con doble porción de queso y tomó una coca cola. Cuándo dio el primer mordisco sintió que alguien le tocó el hombro.

-Hola. Solo quería saber por qué traes puestas esas gafas oscuras, si ya es de noche. -Es cierto, pero me gustan, y con ellas veo diferente.
-Mucho gusto, soy el chico de la historia. -Muy bien, yo soy la chica de la historia, y me dedico a recorrer el mundo para mostrarle a la gente el arcoíris de color rosa. Pero me detuve a comer algo.
-Nunca escuché hablar de algo así. ¿Puedes darme un pedazo de hamburguesa? -  Claro.
-Está muy buena. ¿Puedo ver tu arcoíris de color rosa?
-No lo sé. He intentado mostrárselo a muchas personas, pero nadie ha logrado verlo. Tal vez es solo mi imaginación.
-Yo creo que existe. Dijo el chico. Ella se quitó las gafas, y antes de ponérselas al chico, él saco de su bolsillo unas gafas viejas y se las puso.  -No te preocupes, yo tengo las mías. Dijo.

Ella sacó el cuaderno y lo puso en sus manos. Él observó y enseguida sonrió; curiosamente acerco el cuaderno a su cara, lo retiró y volvió a sonreír. -Es sencillamente maravilloso, estoy seguro de que esto lo traes de otro planeta. No comprendo cómo puedo ver algo tan hermoso, pero estoy seguro de que es un arcoíris de color rosa. -¿En realidad lo estás viendo? Dijo ella. -Lo veo chica, y me gusta. Solo tengo otra duda. ¿Cómo lograste conseguir algo así? -Fue difícil, pero sencillo. Un día antes de llegar al bar, creí que era posible escribir mi vida en color rosa, y después de andar tanto y vivir este momento, me he convencido de que es real.
Y dime, ¿quieres otro pedazo de hamburguesa?