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domingo, 20 de junio de 2010

ZAPATOS DE BARRO



Por: Ibeth Borbón

Vuela en un avión sobre una gigantesca ciudad, mira por la ventana y el fulgor de las estrellas se confunde con el brillo de sus pupilas. Afuera el firmamento oscuro y profundo, majestuoso e imponente, y de repente un hombre que acomoda maletas al interior de un cohete lleno de luces la mira fijamente y alza su mano en señal de saludo hasta desaparecer en el espacio infinito. Luego ella baja su mirada y se encuentra con sus píes descalzos, extiende sus manos y las observa vacías. Vuelve a la ventana y las casas de balcones y tejas de barro se acomodan junto a las estrellas, vuelan libres y desprevenidas. Ella dice algunas palabras para sí misma y se echa a reír toda la noche mientras continúa mirando por la mágica ventana.

Sólo debe cerrar los ojos, acostarse en algún lugar y la imaginación hace su trabajo. Los sentimientos se reúnen a discutir qué es lo que ella desea, y entonces como en una película bajo su dirección, vive los sueños más deseados, los más lindos que puede crear. Puede inventar cualquier personaje, acondicionar cualquier escenario, vivir mil veces la misma escena, ir y venir en el tiempo y no hay límites porque allí todo, todo es posible. A veces no quiere abrir los ojos, se deja llevar perdidamente, se detienen todos los relojes del mundo y la realidad se vuelve su enemiga. 

Ya amanece y afuera el agua penetra toda la tierra, las hojas de los árboles caen una tras otra sobre los charcos, los pájaros cantan tímidamente y se refugian en sus nidos con su familia para sentir calor. Al cielo se lo tragó la oscuridad, la ventana mágica desapareció, la risa se apagó, y es hora de abrir los ojos y despertar. Camina como sonámbula y entra al baño tiritando de frio. Trata de mirar una vez más por la ventana del avión, pero un chorro de agua helada la trae de regreso y de nuevo su mirada queda fija en sus pequeños píes descalzos.

Ahora sus ojos grandes y redondos están bien abiertos y se sienta a desayunar. Huevos con tomate y cebolla… vuelve a cerrar los ojos y en seguida se encuentra en una piscina de dulces y chocolates de todas las formas, tamaños, colores y sabores posibles, y aprovecha para probar lo que se le antoja. Un trueno retumba en la casa, de nuevo las pupilas fijas en la mesa, antes de que su mamá regrese cambia su plato lleno de comida por el plato vacio de su hermana y se deshace del problema.

Llega la hora de ir a la calle, apenas abre la puerta respira y se le congelan los pulmones, pero aún así juega con su aliento visible en el aire tratando de hacer figuras. Todavía hay tiempo antes de irse, así que llama a su perra “Barbas” quien sale de su casa de lata, se estira y menea la cola esperando recibir una caricia de su amiga. Juegan algunos segundos en medio de la niebla y el frio desaparece por unos instantes.

-Azul, ¿guardaste en la maleta los zapatos?
-Sí mamá, acá están, limpios como siempre.
-Entonces ven rápido a ponerte los zapatos de barro, es hora de irnos.

Ella se apresura a ponerse los zapatos, se despide de “Barbas” y sale de la casa de la mano de su mamá para emprender el camino de todos los días. Juntas avanzan en las calles vacías en medio de la niebla y desaparecen como fantasmas. Cada paso que dan debe ser cuidadoso y seguro, deben revisar bien el terreno antes de continuar, la lluvia ha hecho lo suyo y aquellas calles sin pavimentar se han convertido en caminos llenos de barro resbaladizo. Después de veinte minutos de cuidadoso caminar se encuentran con un obstáculo difícil de pasar, así que la mamá toma a Azul en sus brazos e intenta pasar despacio por el lugar; pero algo falla y el zapato de barro de la mamá se tuerce y pierde el equilibrio hasta caer al piso y darse un fuerte golpe, evitando que a su hija le pase algo. Solo fue cuestión de segundos, a pesar del dolor en su píe la mamá se levanta y sigue caminando como puede hasta poner a Azul de nuevo en píe y continuar el camino.

Por fin aparece la escuela, todas las niñas corren por el pasillo principal para dirigirse a sus salones. Azul se apresura también hacia una banca, se sienta, saca sus zapatos brillantes e impecables de su maleta y los cambia por sus zapatos de barro. Su mamá los guarda en una bolsa, sonríe y le da un beso en la frente a su hija.

-¿Te duele el píe mami?
-No mi amor, no te preocupes, voy a estar bien.
-Gracias mami, te quiero. Le dice Azul a su madre y le da un fuerte abrazo. –Un día no necesitaremos zapatos de barro, porque el cohete lleno de luces, las casas que vuelan al lado de las estrellas, y la piscina de dulces serán realidad, todo lo veremos con los ojos bien abiertos. Te prometo que cuando regrese del colegio después de hacer mi tarea, voy a limpiar mis zapatos de barro.